
Es esta tarde que enciende las esperas
del infausto camino hacia el poniente.
Es la aridez que muta en sementera,
y doblega al pedernal que castra y miente.
No seré yo quien te convenza del martirio
inapelable, del furtivo sufrimiento.
Arrastrando hacia el parnaso en mi delirio,
el oro de tu amor que va a mi encuentro.
Te pido que desandes el sendero,
y vuelvas de tus pasos temerarios.
La casa está caliente, el manto tibio.
Las vituallas limpias, la pluma en el tintero.
Hasta el fulgor de un sutil hilo incendiario,
que nos enredará de amor y de suicidio.
Graciela, clavo y canela