Contemplaré mi sombra desangrada
cuando caiga por fin la última gota
del amor deshojado que se agota
en la esperanza abierta y no vendada.
La lanceta golpeó, bien afilada,
en el lugar correcto y, manirrota,
la ilusión desbordó con su devota
e impúdica pasión descontrolada.
Quizá el sangrado afloje la constante
presión que sufre el alma y debilite
el amor que la enferma y la extravía.
O, como Eunice al lado de su amante,
el flujo de su sangre precipite
por no vivir sin él un solo día.
Cristina Longinotti
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