Fueron dardos preñados de veneno,
embajadas de pétalos difuntos,
relámpagos de soles cejijuntos
cegados por la luz y por el trueno.
Luto de albas que, el día de su estreno,
lloran sueños habidos y presuntos;
traidores que subastan los asuntos
de estado en un remate vil y obsceno.
Jinetes de la peste, cabalgaron
tu piel marcando a fuego las señales
de mi pasión maldita y sus excesos.
Y, al morir el amor, te desahuciaron
con la herencia funesta de sus males:
ese fue el testamento de mis besos.
Cristina Longinotti
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