
Ajena de tu amor, desheredada
del cielo de tus manos y tu boca,
la vida me resulta estrecha y poca
para tanta tristeza acumulada.
La imagen del pasado, reflejada
sobre el presente, muta y se disloca;
hoy la gema de ayer devino roca
sin brillo ni color, densa y pesada.
Aunque el tiempo reitere su saqueo,
la huella de tu piel sobre la mía
resistirá el furor de sus agravios.
Y volverá, al calor de mi deseo,
una vez y otra vez su tiranía
a marchitar, feroz, cuerpos y labios.
Cristina Longinotti
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